No es de sorprenderse que tras más de un año de pandemia los ánimos estén un tanto agotados. El hastío está ahí, a veces discreto y otras revelador, pero se ha vuelto un fiel compañero. Poco a poco surgen nuevas situaciones que alimentan este conocido “estrés pandémico”. El cansancio físico de solventar más de una cosa al mismo tiempo: trabajo, casa, hijos, hobbies; las demandas de emplear este tiempo “extra” de manera sabia y un extenso y abrumador etcétera. Entre todos esos disparadores de estrés, hay uno del que poco se habla y mucho agobia: el estrés de decir no. Que cosa más estresante puede ser el tener que decir no cuando quieres decir sí. Frenar un encuentro del que se tiene no solo ganas, si no necesidad. Pero pandemia. Son tiempos de cuidarse y de cuidarnos, esta demanda, aunque global, resuena de manera diferente en cada individuo, respondiendo cada quién a sus propio riesgo, necesidad o necedad. Hay quienes se muestran indispuestos parcial o completamente a modificar su día a día y hay quienes, por motivos varios, no tienen otra elección; hay quienes también están en el punto medio. Decir no fue sin duda uno de los retos…